01 agosto 2009

¿cartas sin remitente o sin destinatario?













"todos esos pequeños arroyuelos de papel y de tinta que forman como un mar,
que acarrean nuestros secretos, nuestras confidencias, nuestr
as lágrimas..."


En este segundo trazo, si es mi deber continuar con cierta tradición que ya he mencionado y por tanto serle fiel, no debo comenzar por aquello que implante un origen o centro, sino precisamente por su contrario, a saber, aquello que proviene de los límites de dicho centro, lo marginal que conforma un límite siempre tachable. Es por esto que presento un recorte, al y del margen, extraído del Penny Red que encabeza este post; quien acompaña en su suerte, como buena estampilla, este texto en su entrega al porvenir. Sin embargo, será precisamente sobre esta entrega (delivery), en el sentido mas literal y ejemplar de la escritura ("esos pequeños trazos de tinta sobre el papel"), de lo que quisiera hablar...

En este segundo trazo, hablaré del desastre y la escritura, del desastre de la escritura, al cual se enfrenta en su condición efímera pero de resistencia, política e incluso vital. Este es el caso de dos notas perdidas y reencontradas, por remitentes azarosos pero que, en cierto sentido podemos decir que, dichas notas fueron rescatadas por los remitentes a los cuales iban dirigidas ambas (propietarios por derecho y a priori de ellas), aunque de manera pública y abierta al porvenir.

En el primer caso nos encontramos frente a un hombre y una pequeña niña que, en un paseo frente al mar, encontraron una nota de auxilio que se encontraba dentro de una botella donde podía leerse de manera enigmática y casi aporética la frase: "If found notify the North Haledon Fire Co. #2." así que esto fue precisamente lo que hizo Mark Ciarmello a 40 años y a 600 kilómetros de distancia del remitente original pero desconocido. Más allá de las especulaciones que realizaron los bomberos notificados, observamos la posibilidad que otorga la escritura de reapropiación literal de los trazos y las palabras que divagan en el mundo...

Por otra parte, en nuestro segundo caso se nos muestra el aspecto político que descansa ya en la escritura. Me refiero pues, a una botella con un mensaje con la diferencia que esta botella se encontraba enterrada y resguardaba un mensaje muy distinto al encontrado en la playa. La primera contenía un lista con ocho nombres judíos junto con su lugar de procedencia y finalmente el número asignado por los nazis, tatuado en los brazos de cada uno de ellos.

Resulta imprescindible dar cuenta que, en este caso, la esperanza de salvar sus propias vidas fue superada por la esperanza de preservar su memoria. Aquellos hombres, envueltos en la incertidumbre, decidieron otorgarnos un legado de su historia, a pesar de lo inútil que pudo parecer escribir unas cuantas líneas en vías de salvar sus vidas; aun cuando supieran que podían morir en cualquier momento, sin ningún motivo real y en especial al ser descubiertos durante la realización de su breve escrito. Hoy, sesenta y cinco años después, Waclaw Sobczak, uno de ellos, sostiene "queríamos que quedara algo de nosotros". De modo que, somos nosotros y desde hace mucho, incluso antes de nacer (sin que esto implique un pecado original en ningún sentido), los destinatarios de aquella lista; pero, al mismo tiempo lo confirmamos al tomar la decisión en un acto deliberado y con plena conciencia, esto es, de manera responsable, de hacer lectura de esa lista que ha perdurado mas que varios de los hombres que la han escrito tiempo atrás. Es por eso que esta nota nos muestra la posibilidad que otorga la escritura en la re-apropiación, pero ahora del sentido histórico y no sólo del papel o del soporte donde se ha inscrito.

Puntualicemos: en ambos casos el mensaje fue guardado en una botella, pero una navegó en el mar y la otra fue enterrada bajo tierra en un sótano: ambos casos muestran precisamente la permanencia dilatada de la escritura, tanto en el espacio como en el tiempo. Pues es gracias a la posible permanencia de la escritura en donde radica su propia desgracia y fortuna, ya que en los casos mencionados nadie podría reclamar, a diferencia de una carta con un remitente fijo, el haber encontrado y leído las notas que no le pertenecían. Incluso, y de manera contraria tal vez sería motivo de reclamo, histórico por ejemplo, el dejar pasar la nota frente a uno sin intervenir, sin con-firmar y la vez sin transgredir el texto simplemente con leerlo.
No podríamos referirnos, pues, en este caso a cierto allanamiento de la letra y la firma de un propietario legítimo y privado. No se podrían ejercer acciones legales contra nadie; pues este destinatario lo conforma toda la humanidad misma a partir del momento en que ha sido trazado el texto en cuestión.



Pues bien, aunque se estaría tentado a decir que ambas notas no poseen un destinatario por el hecho de no estar dirigidas a una particular esto sería falso e incluso se trataría precisamente de lo contrario: nos encontramos ante el hecho de que, debido a que la escritura es, al fin y al cabo, la posibilidad, así como la necesidad, de remitir un mensaje en algún tiempo y lugar distinto del cual se realiza la escritura misma, es que el verdadero destinatario, así como el verdadero remitente de la escritura, no es otro que el porvenir mismo. Porvenir que se encuentra siempre diferido y siempre a la espera de un otro que reciba el regalo de sus trazos, dispuestos ya a ser tachados, borrados o bien, releídos cada vez por una mirada distinta.
En otras palabras, el destino de la letra es marginal como habíamos dicho pues no puede ser otro que vagar a través del espacio y del tiempo: la escritura posee el don de errar, por eso no hay lugar ni patria para la letra mas que ella misma, que se desdobla constantemente "para decir la distancia sin abolirla", para decir "el silencio sin corromperlo".