11 septiembre 2009

11 de septiembre

la memoria, esa forma del olvido
Borges

Hay días, ciertos días, que ostentan una fuerza peculiar. Podría decirse, si es que la fecha cuadra, por ejemplo, en un once de septiembre, con añoranza, indignación o simple tristeza, incluso o sobre todo, con una férrea convicción de auto-evidencia: “un día como hoy”.

¿Cómo entender dicha fuerza? ¿En que reside la capacidad, permítaseme decir, la performatividad, de un día como hoy?

En principio [nótese que la elección de palabras no es gratuita…o bien, en todo caso, no carece de fortuna], es factible pensar que radica en la especificidad de cierto hoy, si bien excusado:

En un día como hoy, pero de 2001, un atentado terrorista destruye los edificios del WTC en Nueva York.

En un día como hoy, pero de 1973, se da el golpe de Estado contra el gobierno de Salvador Allende.

En un día como hoy, pero de 1860, fusilan en Honduras al filibustero William Walker.

En un día como hoy, pero de 1924, nace Tom Landry, legendario entrenador de football americano.


Pronto se intuye un problema: Si se tratase de la singularidad radical de cierto hoy/ahora, digamos, de un cierto presente especifico, ¿dónde es legitimo situar el origen —por consiguiente, la dirección y magnitud— de esa fuerza? ¿En la caída del WTC? ¿En el bombardeo de la moneda? ¿En el nacimiento de Landry? Dicho de otra manera: ¿cuál es la especificidad radical que se encarna en la sola mención de la fecha? La mera posibilidad de esta interrogante debe apuntarnos en una dirección distinta.


En sus tesis sobre la historia, Benjamin escribe: “El día con el que comienza un calendario…es en el fondo el mismo día que vuelve siempre en la figura de los días festivos, que son días de rememoración. Los calendarios miden el tiempo, pero no como los relojes. Son monumentos de una conciencia historica…” (t. XV) En la frase "un día como hoy" se posibilita una conciencia histórica, esto es, acaece cierta historicidad. Mas no una que se pliega a la rígida mecánica de los relojes: esa fatídica marcha de las manecillas que se esfuerza por determinar el/la (a)hora mediante la más estricta causalidad. No, aquí se trata de la historicidad de la rememoración y el monumento. No de lo que está ahí o de lo que estuvo ahí, sino de lo que ya no está, de lo que ahí falta; vale decir, de lo que se ha perdido —irremediablemente— y frente a lo cual sólo nos queda el recuerdo, la ruina o el suplemento. En efecto, no se trata de hoy, de este o aquel día; se trata de un día, de la indeterminación que permite hacer como si hoy fuese otro día. Para decirlo de una vez, de la capacidad de este once de septiembre de hacerse pasar por otro y erigirse en la irrefutabilidad —gracias al artículo determinado— de el once de septiembre [tanto la irrefutabilidad, como la determinación del articulo siempre vienen por añadidura…].

P.D.: En el fondo lo que se juega es la capacidad figurativa de la fecha, el monumento y la memoria —y, por supuesto, su articulación. Pero considérese que dicha capacidad sólo puede darse a condición de que toda originalidad o sentido propio, se haya perdido. La figura surge ahí donde no hay original y a condición de que no se pueda asegurar una propiedad [privada].

Qui le croirait! On dit qu’irrités contre l'heure
De nouveaux Josués, au pied de chaque tour,

Tiraient sur les cadrans pour arrêter le jour





1 comentario:

Black Bird dijo...

"un día como hoy": esa es la ilusión que cada recuerdo nos brinda, que todo calendario busca revivir.

Pues a diferencia del reloj, el calendario conforma un monumento, el cual pretende convencernos, cada cierto tiempo, de que el día de hoy se hace pasar por otro(s) que le ha(n) antecedido.
Del mismo modo, la memoria que trae a colación un recuerdo, lo hace sobreponiendo un determinado "ahora" que se empalma sobre otro distinto al primero, presuntamente mas actual, un cierto "ahora" pero ahora mismo.
A final de cuentas ambos se funden el carácter original y privado que pretendía cada uno por separado...